Quizá no tenga nada que ver con mis alas, sino con el miedo a volar.
Porque una vez volé alto, volé libre.
Me desprendí de los pesos que me anclaban al suelo, me quité la coraza con la que había ocultado mi corazón a los rayos del sol y volé, volé alto, tanto como pude...
Y se me quebraron las alas con un crujido tan fuerte que cuando lo recuerdo lo escucho nítido a través del tiempo.
Caí en picado y sin remedio.
Caí y golpeé fuerte el suelo con mi corazón desprotegido porque cuando ascendía confié en que ese viento jamás me haría daño.
Y ahora aquí, aún con las cicatrices visibles en mis alas, las marcas en mis huesos rotos, hay días de lluvia en los que noto ese dolor y dudo si seré capaz de sanar del todo, de curarme de ese miedo a volar otra vez.
De si hay ahí fuera un viento capaz de sostenerme; de si podré ser libre y sonreír en los cielos.
O quizá mi vida está sólo en esta tierra marcada con mis huellas que buscan un camino.
Ya no sé si se trata de las alas o de mis pies.
Lo que sí sé es que necesito seguir creyendo que ahí adelante hay algo más para mí.
Si escuchas 🎼 Nuvole bianche mientras lees, te ayudará a conectarte con el texto.
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